jueves, 29 de septiembre de 2016

RESEÑA. 'ME LLAMO LUCY BARTON', ELIZABETH STROUT



'Hola, lectores!

"Me gustan los escritores que intenta contar algo verdadero", le hace decir Elizabeth Strout a su personaje, Lucy Barton, en esta novela llena de relámpagos, de fogonazos de vida, de pequeños,  pequeñísimos capítulos en los que la protagonista  (narradora desde un presente que es futuro) repasa la historia de su vida, con un episodio central en esos cinco días en los que su madre (con la que llevaba años  sin  hablar) acudió a visitarla al hospital, convaleciente ella por las complicaciones derivadas de una operación de apendicitis.

Escritores que intentan contar algo verdadero. De eso trata 'Me llamo Lucy Barton', publicado por Duomo, un libro en el que se acarician los grandes asuntos de la literatura (la nostalgia, la soledad, el paraíso infernal de la infancia, el paso del tiempo) esbozados a través de una trama mínima: esos cinco días que madre e hija comparten en el hospital y los recuerdos que ese encuentro suscita.

Recuperan así una relación curiosa. Nunca se han dicho te quiero, jamás hubo manifestaciones directas de afecto entre ambas. Y eso es algo que se aprecia en ese encuentro hospitalario. La madre nunca hablará de ella, de lo que piensa o le sucede, sino que se escuda en las historias de los demás (de vecinos, de conocidos, de los famosos de las revistas) para contar lo que en verdad le ocurre a ella. Lucy descubrirá esa necesidad de afectos que intentará luego recuperar en las relaciones con sus hijas.

Miraban las dos, madre e hija, esos días por la ventana, y allí al fondo veían el edificio Chrysler, rascacielos que emerge en la noche de Nueva York como farallón en un océano de sombras, "un faro de las mayores y mejores esperanzas de la humanidad y sus aspiraciones y deseos de belleza". Un edificio que deviene de escenario a improvisado protagonista secundario, imagen recurrente de la relación entre madre e hija, fondo inalcanzable (el rascacielos nunca consigue alcanzar el firmamento) que cobrará sentido en los últimos compases del libro, en la página 167, cuando madre e hija parecen despedirse para siempre.

El Chrysler, además, como contraposición a esa árbol solitario que se erguía entre los trigales de la infancia de Lucy, símbolo de una soledad que la protagonista viviría en sus escapadas al colegio para disfrutar de una calefacción que no podía encender en el garaje en el que vivía con su familia. El Chrysler, como símbolo del Nueva York conseguido, del viaje desde la América profunda hasta la gran ciudad. Del lugar que Lucy ha conseguido alcanzar en su mundo y que su madre, con una simple postal ("yo tampoco lo olvidaré nunca") reconoce. Es su forma de decir te quiero. La admiración materna por el Chrysler como declaración de amor a su hija. Aunque sea de forma indirecta, sin palabras, en un mundo de silencios que el libro reproduce también (con esos grandes blancos de imprenta entre los capítulos).

Así se articula esta novela, a través de recuerdos, de episodios vitales que se narran en torno a la cama de un hospital y que Lucy rememora una vez pasado el tiempo, cuando ya se ha convertido en escritora y aprende que, en realidad, todos tenemos una única historia que tratamos de contrar de diferentes maneras, con distintos disfraces. La suya tal vez sea la relación que mantenemos con los padres, como somos hijos durante toda nuestra vida, incluso cuando perdemos a quienes nos la dieron (p. 183). Y cómo nos separamos de quienes queremos. Cómo los pequeños detalles pueden abrir abismos entre personas.

'Me llamo Lucy Barton' es un libro cortito (208 páginas), de trama difusa, como un mosaico de imágenes que configuran la personalidad de los personajes. No hay un argumento fluido, un río que discurra de forma clara a través de las páginas, sino que la historia se construye como un caleidoscopio, como quien mira un álbum de fotos y rehace su vida. "No necesito tener una trama, porque así al final siempre emerge”, ha dicho la escritora en una entrevista en El País.

Y el lector aprecia en sus páginas el cariño velado de madre e hija, la insatisfacción de los personajes, la soledad en las historias, el amor incondicional por la familia.

La autora del libro es Elizabeth Strout (Flora Casas la traductora), ganadora del premio Pulitzer por Olive Kitteridge.


LO VAS A LEER SEGURO si te gustan las historias mínimas, llenas de emotivos detalles llenos de simbolismo con los que reconsturir la historia de una madre y su hija, de una hija y sus familias (la paterna, la que construyó con su pareja).
LO VAS A LEER AUNQUE no tenga un argumento claro. Hay lectores que prefieren libros con una estructura más lineal y definida: planteamiento-nudo-desenlace. Lectores que se encuentran cómodos en libros que cuenten muchas cosas de forma muy clara. Aquí se cuenta también mucho, pero de forma más velada. Hay que dejarse llevar por las diferentes escenas para disfrutar de la honda emoción del libro.
LO VAS LEER PORQUE DE ESTE LIBRO HAN DICHO
Hay un pudor del que se va deshaciendo Lucy hasta llevar al lector al tuétano contra el que choca la vida. Porque es eso, la vida, lo que la narradora ensambla en estas páginas que rozan la ingenuidad de la experiencia de ir haciéndose fuerte en el camino. La buena vida web
No es cursi, no es sentimental, no es lacrimógena, no es efectista, no es predecible. Por todo eso hay que leer 'Me llamo Lucy Barton'. Rodrigo Fresán, ABC
"Hay algo que tengo por seguro resultará cercano a los lectores que tengan viejos parientes de pueblo: esa sensación de que rehúyen preguntar por detalles de nuestra nueva vida sin ellos, un desinterés que suele ocultar aprensión o pudor, pero que nos desconcierta". Elvira Lindo, El País

Elizabeth Strout. Me llamo Lucy Barton. Traducción de Flora Casas. Editorial Duomo, 2016. 224 páginas. 16,80 €.PARA COMPRARLO
MÁS SOBRE ESTE LIBRO

A ver si me podéis echar mano, ¿recordáis algún libro que narre relaciones de amor y cariño y entre madres e hijas?

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